domingo, 11 de noviembre de 2018

Con la E

Eran los noventa. Íbamos a la playa en verano con mis seis hermanos, en un Peugeot 504 tipo ranchera. Sin aire acondicionado, música ni teléfonos o aparatos multimedia de ningún tipo. Supongo que se hacen una idea. A mis padres, ante la desoladora perspectiva de cinco o seis horas de viaje con tan interesante compañía, sólo les faltaba vestirse de animadores infantiles. Así que para amenizar el viaje y para que los enanos no pensáramos a cada minuto en el estado de nuestras vejigas, nos ponían a cantar  alegremente diversas melodías. Una de ellas, además del infranqueable reto de coordinar tantas voces infantiles tenía el añadido lúdico de que era necesario cambiar las vocales en cada repetición. La letra era así: “Cuando Fernando Séptimo usaba paletó”; y nosotros teníamos que repetirla sustituyendo cada una de las vocales por una sóla de las cinco. Al grito de “¡Con la E!”, todos cantábamos “Quende Fernende Sépteme esebe peleté”, con el poliforme tono que pueden uds imaginar y absolutamente ajenos a la implicación política de la cancioncilla de marras.

Les cuento esto porque se me viene a la cabeza esta imagen cada vez que leo eso de “les diputades”, “les estudiantes” o “les loqueudsprefieran”. Me retrotraigo al coro infantil a cada rato, mientras los pequeños cerebros en formación trataban de reformular las palabras en nuestra mente para no equivocarnos (porque claro, el que se equivocaba quedaba eliminado). Y lo cierto es que lo veo muy, pero muy parecido a la realidad que estamos viviendo. Porque este aparente cambio imprescindible de paradigma lingüístico en que nos hayamos inmersos tiene los dos componentes del juego infantil: hay que retorcer el cerebro en busca del empleo artificial de los sustantivos y el que pierde, queda eliminado. Si no estás de acuerdo con retorcer el lenguaje, formas parte del hetero-patriarcado machista y opresor, aunque insignes lingüistas de sexo femenino digan lo contrario. Vamos: o estás de acuerdo o te ha formateado el cerebro el enemigo. No hay más posibilidades.

La cosa es que, al menos en castellano y por más que algunos no quieran reconocerlo, el género es una categoría morfológica del sustantivo y no tiene nada que ver con la condición sexual de la persona. Nuestra lengua, que deriva del latín, tiene los tres géneros que había en esa lengua: masculino, femenino y neutro. Con ninguna asunción de condición sexual alguna en la palabra. Brevemente, los sustantivos de la primera declinación, hacen en castellano sustantivos en -a, mayormente femeninos y los de la segunda, sustantivos en -o, mayormente masculinos. Sin embargo, la palabra “Nauta”, por poner un sólo ejemplo, es un sustantivo en -a de la primera y es masculino: marinero, no marinera. Un astronauta es un “marinero de las estrellas”, independientemente de cúal sea su sexo biológico. Esto es también así en Griego Clásico y en las lenguas de origen indoeuropeo.

Pese a esta realidad lingüística incontestable, hemos dado actualmente en confundir con toda intención sexo y género, con la consecuencia inmediata de querer “construir” la realidad a nuestro gusto, importándonos pepino y medio la realidad científica de la lengua, que es lo que tiene la modernidad: cuando la ciencia nos viene bien, somos todos apasionados científicos, pero no al revés, lógicamente. Lo importante es construir realidades en las que nos sintamos a gusto. Si eso tiene algún paralelismo con lo real, mejor. Pero no es imprescindible.

Uno de los mayores peligros que veo a este intento de golpe de estado lingüístico (pues no es natural, ni evolución normal de la lengua, sino mutación artificial impuesta) es que, al no estar motivada la transformación por una necesidad de la lengua sino por una necesidad de reconstrucción de la realidad que nos rodea, sus fronteras no van a ser delimitadas fácilmente. Temo a la ideología terriblemente.

Porque, claro, al no ser un cambio lógico, sino ideológico, ¿no será razonable reescribir lo que leemos para que este lenguaje supuestamente machista no anide en las mentes de nuestros educandos? Ante un posible triunfo de este lenguaje, sospecho de algunos que, animus lucrandi, reescribirán los clásicos para no enturbiar las tiernas mentes de niños y adolescentes con un lenguaje grosero y patriarcal. Tengo pánico a leer “Cántame, oh muse, le cólere del pélide Aquiles”, “Que le hombre que le desvela une pene extraordinarie, con le cantar se consuela” o encontrarme en las librerías con “Le Principite”, “Le ingeniose hidalgue don Quijote de le Manche” o “Le sume teológique”.

Sin contar con que la solución impuesta, amén de incorrecta en cuanto a la lengua, resulta bastante infantil una vez más: como se maltrata a la mujer, como algunos golpean, matan, violan o pagan de menos a seres humanos de condición sexual biológica femenina, la solución es la “e”. Cuando yo jugaba en el colegio, también teníamos una varita mágica, un conjuro o un poder de superhéroe que lo solucionaba todo. Pero al menos, nosotros sabíamos que sólo era un juego y que terminaba cuando terminaba el recreo.


Fernando Gonzalo Pellico

miércoles, 3 de octubre de 2018

Cantar de Gesta

El problema real de José Pérez
no fue el haber nacido de otro tiempo,
ni perder su trabajo en aquel día.

Tampoco es importante en este asunto
si fue feliz o no cuando era otoño,
ni es en absoluto relevante
el número de hijos que mantuvo,
los amigos que no tuvo como tales
ni muchas otras cosas de su historia.

El problema real de nuestro Pepe
fue más cuestión de pura biografía,
de confundir ganado e intrahistoria:

La piedra del talón de nuestro héroe
es que cuando murió no había nacido.

Tarde de otoño

Lejos de mí, donde lo mande el cielo,
la imagen de tu rostro me devora.
Lejos de ti, en mi maldito infierno,
quebradas ya mis sienes por tu boca,
suplico amor, reptando por el suelo.

Lejos de ti... otoño, cae la hoja.
Te trato de olvidar pero no puedo.